Es muy importante saber distinguir cuándo se come con hambre fisiológica o cuando se hace con hambre emocional. Diferenciar estos dos conceptos es fundamental para cambiar nuestra forma de relacionarnos con la comida.
La primera es cuando sientes en el estómago una necesidad física y dejas de comer cuando estás saciado en comparación con la segunda que continúas comiendo incluso cuando ya estás saciado, sintiéndote incluso a veces, culpable y avergonzado de lo que has comido.
Este sentimiento de culpa nos hace entrar en bucle negativo llevando a dietas de adelgazamiento o restrictivas para compensar el atracón que nos hemos dado, llevándonos a una relación insana con la comida.
Normalmente, cuando nos pasa esto, elegimos alimentos ricos en carbohidratos o productos procesados con altos niveles de azúcar ya que se ha demostrado que al ingerir azúcar se reduce la hormona del estrés llamada cortisol, y esto nos produce un placer para mitigar durante unos segundos ese estrés, pero desgraciadamente no desaparece, más bien todo lo contrario ya que vuelve una y otra vez.
En definitiva, muchas veces usamos la comida como una droga para evadirnos de los problemas, tapar emociones o premiarnos y todo ello se resume a saciar ese vacío interior que tenemos.